domingo, 13 de marzo de 2011

Carta abierta al emigrante colombiano malaleche

Últimamente muchos de mis amigos decidieron que Colombia era un mierdero y que no les ofrecía las oportunidades que ellos merecen - o al menos creen merecer. El futuro ya ni siquiera es gris, el futuro es negro y la posibilidad de convertirnos en un país medianamente decente se fueron - como las posibilidades de un proceso de paz con LAFAR - a la mierda.
Fue ahí cuando decidí hacer una investigación exhaustiva al respecto. Leí periódicos y revistas, espié innumerables blogs, seguí gente en twitter, leí muros de facebook. Varios días de documentación que me llevaron a mi gran descubrimiento: el emigrante colombiano malaleche.
Y sí, lo encontré. Este personaje que por alguna razón fue dotado de poderes sobrenaturales que le permiten convertirse en el profeta de un futuro nefasto y apocalíptico para Colombia y lo repite en cuanta reunión social, evento, ágape, aquelarre o tarde de chismes con los amigos. Aquel engendero del demonio secreto y anónimo que entra a blogs y redes sociales para afirmar que este país va por el mismo camino de Haití y que la única opción verdaderamente sensata es el famoso y conocido dicho: empaque y vámonos.
Pues ésta es mi carta abierta para ese personaje. Ahora, no quiero empezar sin antes hacer una aclaración. Nadie - ni yo - tiene ningún problema con aquellos que decidieron emigrar. Vivimos por estos días en la famosa aldea global en la que la libertad de decisión y la libertad de movimiento son - prácticamente - derechos universales y el intercambio de habilidades y talentos humanos, o simplemente la expresión de la preferencia humana, significa que millones de personas cruzan las fronteras todos los años en busca de una existencia mejor, más feliz y más satisfactoria. Algunas veces la obtienen, otras no; pero de cualquier manera, yo lo considero un comportamiento normal.
Ahora, en contraposición al emigrante que sale de Colombia sin bombos ni platillos, se instala en otro país y se dedica a organizar su nueva vida - y buena suerte para él -, para el migrante malaleche pocas cosas producen tanto placer como presentar a su nueva tierra adoptiva como una especie de utopía moderna mientras se convierte en el profeta de la inminente implosión política, social y económica del país que ha dejado atrás... El barco que se hunde, la bestia agonizante, el próximo Haití o peor aún, el próximo Zimbabwe - si no saben de qué hablo, lean un poquito -. "Ya viene y está sólo a la vuelta de la esquina... ¡lo prometo!". En todo caso, no importa que la economía de Estados Unidos vaya de culo para el estanco, ni que Gran Bretaña sea una mamera y llueva todo el día. No importa que en Nueva Zelanda no pase nada, ni que Australia sea víctima del peor de sus problemas: estar llena de australianos - y los quiero mucho, pero es la verdad -. Peor aún, no importa que Canadá sea jarta como ella sola... todos nosotros que somos lo suficientemente dementes para quedarnos en Colombia estamos destinados a ser asesinados mientras dormimos una plácida noche en nuestras camas... eso es seguro.
Los profetas de la tragedia han hecho su proselitismo durante años, aún desde el fin del frente nacional. Con el neoliberalismo de Gaviria que nos iba a llevar a la quiebra... la salida del gran Dios Uribe que en su momoento fue lo mejor que le pudo pasar a esta tierra moribunda, las crisis económicas, el partido de la U en el poder por 12 años y su mayoría en el congreso, las crisis económicas, el desempleo... Con cada momento histórico, el fuego asociado con la llegada de los jinetes del apocalipsis se hacen más claros e inminentes... pero de alguna forma, maravillosamente, soprendentemente y peor aún para ellos, indignanentemente, Colombia no se ha destrozado en pedazos. Aún con la llegada de Juan Manuel Santos al poder, la señal más inequívoca de que el fin estaba cerca y que el país iba inevitablemente a resbalar hasta el fondo del peor de los abismos, nada cambió realmente.
De hecho, casi nada ha cambiado en los últimos 40 años. Aún sobrevivimos, aún puteamos sin cesar a los políticos idiotas y corruptos que nos gobiernan... y aún tenemos la alegría que nos caracteriza acá en el tercer mundo... Y claro, esto es particularmente irritante para los migrantes amargados que viven allá afuera en la mediocridad del primer mundo porque aunque secretamente extrañan el país que los vio nacer, una parte de ellos aún desea que Colombia se destroce en pedacitos para poder justificar su presencia en Miami, Nueva York, Sydney, Londres, Madrid, Toronto o cualquier otro lugar donde quiera que se encuentren. No importa si pasa ahora o después... lo cierto es que aún a pesar de sus predicciones, el fin no ha llegado.
Ahora, lo que sí está claro es que en el año 2147 cuando Colombia finalmente se vuelva mierda y quede hecha pedacitos, cuando la inflación llegue a los millones por ciento que ellos vaticinan y cuando Álvaro Uribe, hasta ahora conservado criogénicamente - en un recipiente de vidrio irrompible al mejor estilo de futurama - vuelva del pasado a instarse como dictador vitalicio - y que Dios nos salve -, aún ahí, el migrante malaleche estará sentado en una mecedora mirando desde la distancia con su bala de oxígeno listo para la frase que había estado esperando decirnos a los perdedores que nos quedamos durante toda su vida: ¿Vieron? ¡Se les dijo!
Pues nada, yo decidí ser uno de esos perdedores, ilusos e imbéciles que optaron por quedarse y trabajar por este país. Uno de los que se levanta a diario y cree que no estamos destinados al apocalipsis y que el futuro depende de las acciones de todos y cada uno de nosotros. Usted se puede ir si quiere, pero si se va, que no se le olvide que todo lo que ha tenido se queda acá. Hable bien de Colombia y trabaje por ella, aún si está por fuera porque aún en la distancia, su pasaporte o al menos su corazón siempre dirá "Hecho en Colombia". Ahora, si decide convertirse en un migrante malaleche de los que abundan por ahí, sepa que a partir de este momento, al menos yo, lo declaro persona non-grata, me lo paso por el culo y le pido a los pingüinos sagrados de la Antártida que nos bendigan eternamente con su ausencia. Amén.

domingo, 24 de enero de 2010

"¡Leidyyyyy, espere mami que Deyanira no ha llegado!" Sobre El Dorado y otros demonios.

La historia empezó el martes de esta semana cuando mi tío me llamó de Medellín y me pidió el favor de recoger a mi primito de 15 años que llegaba de Guayaquil y lo despachara de conformidad a Medellín en el vuelo siguiente. Poseído por unos niveles poco usuales de solidaridad familiar, le dije que con mucho gusto yo sacrificaba mi sábado por la noche para recoger a mi primo en El Dorado, montarlo en un taxi, llevarlo al Puente Aéreo y asegurarme que no se montara en un avión con destino a San José del Guaviare.

Afortunadamente para mí, una de mis mejores amigas tenía que recoger a su mamá en el aeropuerto a la misma hora y emprendimos lo que se convertiría en una odisea al Aeropuerto Internacional El Dorado.

Una vez en la zona de Llegadas Internacionales de El Dorado, entramos en un universo paralelo. No era 10 personas, no eran 100 personas, eran cientos y cientos de personas que se aglutinaban en la puerta de salida como si estuvieran regalando subsidios de Agro Ingreso Seguro. Mi amiga, que suele ser muy sabia, empezó a filosofar al respecto y era algo de este porte:

"Yo la verdad no entiendo por qué El Dorado no puede ser como cualquier aeropuerto decente del mundo. Uno llega a cualquier lugar del mundo civilizado y hay 3 personas esperando apenas uno sale y, claro, una de esas 3 personas lo está esperando a uno. Ubicar a quien lo va a recoger no es difícil, de hecho, es lo más fácil del universo. Incluso, si uno vaya en un vuelo transatlántico con 300 personas más en el avión, aún así, hay sólo 3 personas esperando afuera de la salida internacional y una de ellas es la que lo recoge a uno. Matemáticamente no funciona, uno no entiende cómo, pero así es. No hay ordas de gente, no hay mierdero, no hay nada, sólo hay 3 personas".

Claramente éste no era el caso en El Dorado. Pero antes de empezar a especular por qué putas hay tal aglomeración de gente en el aeropuerto, veamos algunas de las escenas que tuve que presenciar en mis 2 horas y media en el lugar:

Primera Escena:

No terminaba yo de llegar al lugar cuando oigo un alarido de un señor con voz gruesa e imponente que retumbó en mis oidos y aún lo oigo después de 24 horas del insuceso: "¡¡¡LEIDYYYYYYYYYYYYYY, ESPERE MAMI QUE DEYANIRA NO HA LLEGADOOOOOOOO!!!" Mi mente pensó: "¿Qué p*tas?". Me pongo a analizar la situación y me encuentro con lo siguiente. El susodicho especimen que hizo que hasta los hígados de todos los visitantes del lugar retumbaran en nuestras entrañas tenía las siguientes características: altura aproximada 1.65 mts; bigote de charro mexicano bastante poblado en los extremos pero sin un pelo en la mitad (justo debajo de la nariz); sombrero de vaquero wanna-be de color crema con una delicada cinta púrpura, sí púrpura, alrededor; camisa manga larga abierta hasta la mitad del pecho con 3 tímidos pelos que se asomaban, creía él, coquetamente; un collar de oro macizo con una cruz que colgaba "elegantemente" sobre sus pectorales; cinturón de seguridad de avión (sí señores, de avión) que hacía las veces de correa; pantalones de cuero blanco brillante y zapatos, obviamente, de cuero blanco brillante que combinaban perfectamente con el adminículo de extraña procedencia que cubría la parte baja de su humanidad.

La vaina había empezado mal. Pero ahí no acaba la escena. La contraparte, osea Leidy, también merece un par de apreciaciones. Levemente más bajita que él, Leidy poseía orgullosamente una "cabellera" estilo Gloria Trevi 1980 que se movía con el viento a medida que ella daba sus elegantes pasos por El Dorado. Obviamente, y siguiendo los pasos de quien, asumo, era su papá, Leidy también ostentaba un bigote, un poco menos poblado que el de su progenitor, que adornaba sutilmente la parte superior de sus delicados labios. Sobra decir que la escena era simple y llanamente deplorable.

El punto es que la Leidy pensó que un especimen, levemente parecido a ella que emergía de la salida internacional por la puerta opuesta a donde se encontraba su progenitor era la persona que ellos habían venido a buscar. Al ver que las características del susodicho especimen no correspondían con lo que ellos buscaban, su papá emitió el gemido que hizo que todos nosotros, inocentes visitantes del lugar, no sólo nos percatáramos sino que también nos horrorizáramos con su presencia. Había una frase célebre en todo caso, una frase que, al menos, captó la atención de todos en el lugar: "LEIDYYYYYYYYYYYYYYYYY, ESPERE MAMI QUE DEYANIRA NO HA LLEGADO".

Segunda Escena:

Cuando uno creía que aquella famosa costumbre que tenían los colombianos en años anteriores de aplaudir cuando el avión aterriza se había extinguido para la tranquilidad y sanidad mental de todos nosotros, tengo yo que presenciar la siguiente escena:

Dos señoras, de unos 50 a 55 años aproximadamente, cubiertas en una suerte de pashmina con maricaditas brillantes, pepas, canutillos, pendejuelas (y demás palabras de esas que usan en los reinados de belleza) se ubican calladamente a nuestro lado. En primera instancia no logran captar mucho mi atención y pasan desapercibidas. Obviamente, esta situación no iba a durar mucho. De repente me volteo y veo que una de ellas empieza a escalar, sí señores, escalar uno de los tubos que sostienen el techo nuevo de la zona de llegadas internacionales. En tacones, con su pashmina enredada sobre los hombros, y tal cual lo haría un experimentado bajador (ni sé si eso es una palabra pero uds me entienden) de cocos en una de las múltiples palmeras que adornan las playas de San Andrés, esta señora empezó a escalar con una destreza envidiable el tubo en cuestión. Nuevamente, lo único que se me vino a mi cabeza fue un "¿QUÉ PUTAS?". Bueno, pues la historia no termina ahí. Esta señora, junto con su acompañante, ven en la distancia a uno de estos tipos que uno podría denominar un "plato típico colombiano. El susodicho empieza a emerger lentamente, sin pena ni gloria por entre las multitudes y acá es cuando la historia se complica. La señora con ínfulas de simio escalador se aferra al tubo con sus piernas, a un metro del piso, suelta sus manos y empieza a aplaudir y a gritar como una loca algo así como "FELIPE, FELICITACIONESSSSSSSSSSSSSS. ¡QUÉ ORGULLO! BRAVOOOOOO MIJOOOOOOOOOOOOOOOOOO" (con esas "eses" agudas, pronunciadas y altamente desesperantes que pueden caracterizar a algunos habitantes de este país). Acto seguido, la otra señora, que claramente no pudo sacar el simio que había en ella porque su compañera había monopolizado el único tubo disponible, la acompaña, empieza a gritar y a aplaudir como una loca y ahora, sí señores, tenemos un coro que ovaciona a Felipe, el plato típico anteriormente mencionado, cuyo único logro era, hasta el momento, emerger sin ningún tipo de gracia de la salida internacional de El Dorado.

Ahora, yo no sé si Felipe había hecho un doctorado en física cuántica, química nuclear, ingeniería aeroespacial, incluso, si Felipe sabe sumar y restar ya es un logro para mí (yo no he podido aprender). El caso es que cualquier mérito que ese pobre hombre pueda haber obtenido en su estadía en el extranjero se vio opacado, disminuido, minado y posteriormente sepultado por la escena protagonizada por las mujeres simio que se mezclaron entre la multitud del aeropuerto para hacer de nuestra estadía un atentado contra nuestros tímpanos que ahora sólo oían un leve zumbido similar a una "ssssssssssssssssssssssssssssssssssss" permanente en el tiempo.

Pensamientos adicionales:

Pero no todo fueron escenas altamente desarrolladas y con unos niveles de escándalo bastante altos como las mencionadas anteriormente. El lugar ofrece al visitante incauto como yo una gran gama de situaciones, especímenes, seres extraños y situaciones inexplicables que más allá de generar una sonrisa entre los observadores, cuestionan seriamente la viabilidad de la sociedad colombiana y, por consiguiente, el futuro del país.

Por ejemplo, cuando uno mide 2.02 metros, tiene una panorámica absoluta del lugar. Es una ubicación VIP permanente cuando uno está en medio de aglomeraciones como ésta. Miro al fondo y veo un señor con sombrero. Y permítanme hacer un comentario. Yo no sé si los nuevos gritos de la moda dicen que uno tiene que salir con sombrero... de hecho no sé nada de moda, pero yo me atrevería a decir que está bien usar un sombrero cuando uno va a caballo por las llanuras de Sincé, Sucre, arriando ganado. O cuando uno está en un festival de coleo en Villavicencio. Pero, en mi humilde y desinformada opinión, el sombrero un sábado por la noche en pleno Aeropuerto El Dorado es de las cosas más guisas que uno puede usar (junto con el bigote de la Leidy, claramente).

En todo caso, el señor del sombrero llega al lugar con un ramo de flores, la mayoría de ellas girasoles, que era fácilmente del tamaño de Leidy (que ya se convirtió en nuestra protagonista de esta noche). Luego de detallar el ramo, nos percatamos que las flores no eran de verdad sino que habían sido burdamente confeccionadas en algún taller de la ciudad. Está bien, yo puedo entender que uno le lleve flores a la mujer que ama al aeropuerto cuando llega de un viaje intercontinental. Eso lo entiendo, pero al mismo tiempo no me queda más que preguntarme, ¿no era más fácil ponerle el ramo encima de la cama y así no encarta a la susodicha con semejante ramo tan HP mientras el man del sombrero carga las 420 maletas con las que llegó la mujer? Obvio, me faltó un detalle, ¿QUIÉN CARGA AL BEBÉ DE 6 MESES QUE ACOMPAÑABA A LOS PROTAGONISTAS DE LA ESCENA?

Levemente impráctico, en mi humilde concepto. Dice uno, ¿no hubiera sido mejor llevarle lo que viene siendo en sí la rosa? Una simple rosa demuestra amor, cariño, la felicidad del reencuentro y, sobre todo, es ligeramente más práctico. Pero claro, la escena anterior aplica con osos de peluche de 2 metros de alto, 1427 globos de helio que casi elevan al pobre chino por los aires, y demás. En cualquier caso, supongo que en este momento debo estar agradecido que no hubo grupo de mariachis, papayera o conjunto vallenato que amenizara el lugar mientras las mujeres simio "seseaban" en un tono insoportable al Felipe y la Leidy se perdía entre la multitud. Después de todo, me fue bien.

Ya para terminar, y sobre todo porque ya deben estar mamados de leer esta vaina, están las señoras que ofrecen sus servicios a los visitantes. Pero no, frescos, esta vez... al menos esta vez, no son putas. Estaba yo desprevenido cuando de pronto oigo una mujer que me dice suavemente al oido: "Papi, ¿se le ofrece el tinto caliente, la aromática o un vasito de leche tibia?". ¡LA TAPA! Osea, en serio, pongámonos serios. ¿Un vasito de leche tibia? Me volteo a ver quién es el personaje en cuestión y... ¡oh sorpresa! La chicuela estaba en minifalda negra, con un saco de esos que tienen un cuello aaaaaaaaaaaaaaaancho y que tapan sólo un hombro porque hay que mostrar el otro para vender más y unos tacones de aproximadamente 17 cms de alto. ¿Es menester que describa el maquillaje de la chicuela en cuestión? Creo que ustedes se lo pueden imaginar. En todo caso, mi única preocupación era irme de ahí no sea que esta señora empezara a ahullar en mis pobres oídos que ya habían sufrido demasiado esa noche.

Pero cuando creía que lo había visto todo, siento como un carrito de estos de supermercado me atropella y me pega en el tobillo de tal forma que casi quedo lesionado en el piso. Luego de incorporarme y dispuesto a insultar hasta a la bisabuela del cabrón que me atropelló, veo que el responsable no es EL sino LA y que tiene aproximadamente 1732 años de edad. La señora tenía una que otra arruga en la cara, un chal de los que caracterizan a las abuelitas de nuestro país, la bienconcebida babucha en los pies y un carrito en el que lleva la papa, el chito, el chicle, el halls, el bom bom bum, el chocorramo y demás dulces característicos de nuestro país. Digamos que nada de esto es grave... todo dentro de lo normal. Incluso, reprimí mis deseos de putearla y me relajé. Pero claro, como todo, la historia no termina ahí. LA SEÑORA ESTABA USANDO UNA MÁSCARA DE BUCEO. Nuevamente, ¿QUÉ PUTAS? Osea, en serio, ¿qué putas hace una ancianita con un puesto de ventas ambulante con una máscara de buceo a 2.600 metros más cerca de las estrellas? ¿Acaso estaba esperando el diluvio universal? ¿Acaso estaba esperando que la señora simio hiciera caer el techo y así ella se protegía los ojos? ¿Alguien, por favor, me puede explicar por qué carajos uno sale a la calle con una máscara de buceo en Bogotá?

Luego de todo lo anterior, el güevón de mi primo decidió que los de Avianca lo llevaran al puente aéreo y yo perdí toda mi noche en el aeropuerto. Suave el empute. En todo caso, si alguno de ustedes piensa montar un negocio de bajar cocos, se les tiene la profesora y la encuentran todos los sábados a las 8.30 pm en la llegada internacional de El Dorado. De pronto con eso salen de pobres. Sino, busquen a Felipe en el directorio.

La Leidy y sus secuaces seguirán haciendo de las suyas, esperemos que a partir de ahora no en el Aeropuerto para que haya al menos un poquito más de esperanza de que los extranjeros que nos visitan se lleven una mejor primera impresión del páramo urbanizado y sus habitantes. Porque no es por nada, pero la Leidy en serio es un problema de estética urbana SERIO.

Finalmente, llegué a la conclusión de que los colombianos requerimos URGENTE un Ministerio del Buen Gusto y la Eliminación de la Guisada. No es posible la máscara de buceo, el ramo de flores artificiales gigante, el conjunto vallenato, la Leidy y las señoras simio. Simplemente son inaceptables y, creo yo, demuestran la decadencia de nuestra sociedad.